miércoles, 13 de julio de 2011

EL PERIODISMO FRENTE A SENDERO LUMINOSO

Al retomar la dirección de El Comercio Alejandro Miroquesada sostenia "...tuvimos, por obvias razones, que enmendar muchas cosas, pero en ningún momento tuvimos que improvisar una línea de conducta periodística, pues ésta —con lógicas variantes marcadas por la coyuntura— estaba señalada desde su fundación en 1839 [...]." Cuando el país recobra la democracia y ya no se ocultan las acciones terroristas —como se hizo durante el Gobierno Militar— hubo una gran confusión y polémica respecto a la ideología, métodos de acción, respaldo económico nacional o extranjero de Sendero Luminoso.2
Sin embargo, la confusión no impidió tomar rápidas decisiones que mitigaron en apariencia el desconcierto. Así, de ocupar estas noticias las primeras planas en diversos medios como El Comercio, Expreso o La Prensa, fueron trasladadas a las páginas editoriales, en un desplazamiento que podían hacer estos diarios que no apelaban al impacto emotivo de sus titulares para atraer a los lectores, sino a su prestigio.
Del mismo modo, esta estrategia también se inscribió dentro de una actitud de los medios que consistió en negar los hechos y restarles importancia. Sumado a esto, encontramos que la prensa tenía un carácter centralista. Difícilmente atendía aquello que ocurría en el interior del país y menos, todavía, lo que sucedía en las zonas más pobres como Ayacucho, donde dieron los primeros actos terroristas. Así pues, el retorno a la democracia significó que lo medios, en especial de la televisión, incluyeran en sus programaciones los programas enlatados internacionales, de tal manera que se continuó con la tendencia del gobierno militar de ocultar las problemáticas y demandas sociales de los más excluidos.
Dentro de este desconcierto inicial, la CVR también incluye la polarización de ideas en torno al tema de la violencia que se dio durante esos primeros años. Básicamente, las actitudes de los diversos medios de comunicación fluctuaron alrededor de tres posturas.3 Una primera postura tildó a los perpetradores de actos terroristas de psicópatas o delincuentes comunes. Esta perspectiva fue compartida por los gobiernos y, con matices editoriales, por la prensa tradicional y los medios recuperados. No necesariamente surgió de una simplificación o incomprensión del tema, sino de una voluntad expresa de no darle legitimidad ideológica o política a las agrupaciones subversivas. Esta postura se radicaliza cuando se complementa con comentarios que responsabilizan a la izquierda legal y a los países comunistas de los actos terroristas. Es el discurso más cercano a El Comercio, Expreso y La Prensa, a la revista Oiga y también a los programas dirigidos a públicos más plurales y populares como la mayoría de noticieros de televisión.
Podemos comprobar lo expuesto anteriormente con los siguientes testimonios de la época. En el caso de Expreso encontramos afirmaciones como: «la subversión en el Perú forma parte de una conspiración comunista para destruir el mundo libre»; por su parte, Manuel D’Ornellas en su columna Voz y Voto del 2 de julio de 1982 sostenía que «los últimos días han registrado un repunte

1 En el discurso presidencial de la toma de mando del 28 de julio, el presidente Belaunde declaró la devolución de los medios que se formalizó definitivamente en noviembre con la ley 23226. La TV había sido expropiada en un 51% el 9 de noviembre de 1971 por DL 19020 y completada en su 49% restante con la creación de Telecentro en febrero de 1974. Los diarios fueron expropiados el 27 de julio de 1974 por DL 20680 y DL 20681.
2 Este testimonio, como muchos otros que se registran más adelante, son parte de las numerosas entrevistas que realizó la CVR a los empresarios y hombres del área para la elaboración de este informe.
3 Sobre este tema se puede consultar: Jorge Nieto 1987; Víctor Peralta 2000; IPYS 2002; y Jorge Acevedo 2002, entre otros.
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de la violencia subversiva en la que están involucrados seguramente varios grupos marxistas aparte de Sendero Luminoso».
Una segunda postura asumió los actos terroristas como un fenómeno condenable que echó raíces en problemas y brechas sociales que lejos de ser atendidas fueron agravadas por los diferentes gobiernos. Esta perspectiva recusó de plano la violencia, pero dio acogida a los intentos explicativos de la misma; la tilda de violencia estructural. Podemos consignar aquí a la revista Caretas, los programas periodísticos de César Hildebrandt y Fernando Ampuero, el diario La República e, incluso, líneas editoriales muy diferentes entre sí, pero todas coincidiendo en su visión crítica del fenómeno subversivo.
Una tercera y última postura fue la que se identificó con El Diario de Marka y con otros medios de comunicación de izquierda que no creían que los atentados terroristas se debían atribuir a actos subversivos dirigidos por algunos sectores de la izquierda, sino que debían adjudicarse a un plan soterrado de las Fuerzas Armadas para desacreditarlos. Precisamente, El Diario de Marka manifestó de la siguiente manera su postura totalmente opuesta a la tesis de la subversión en su edición del 15 de diciembre de 1980: «Hasta el momento no sabemos de un acto terrorista que haya tenido como objetivo a la derecha económica y política [...]. ¿No serán más bien un cuerpo especializado de expertos profesionales del terrorismo de estado?». En su discurso, estos periódicos reflejan su profunda desconfianza de la autoridad militar.
Este cuestionamiento a las Fuerzas Armadas fue compartido inicialmente por La República que participó de él con importantes matices editoriales, así como por los programas de César Hildebrandt y Fernando Ampuero, además de la revista Caretas. Todos ellos coincidieron en sus críticas, asumiendo que la continuidad de la democracia en el país —y del respeto a la libertad de expresión— se ponía en peligro cada vez que las Fuerzas Armadas recibían concesiones políticas o se las adjudicaban por sí solas, por más que éstas derivaran de su misión en la lucha contrasubversiva. Por eso, el ingreso de las Fuerzas Armadas a las zonas de emergencia fue visto con preocupación y reticencia inicial en casi toda la prensa.
De lo expuesto, la CVR concluye que para la prensa, la radicalización de sus posturas en función de sus ideologías impidió un tratamiento analítico de los hechos; pues en lugar de discutir sobre el tema de la violencia, los opuestos ideológicos se incriminaron unos a otros. Ello también tuvo como consecuencia la manifestación tácita de prejuicios, de rechazos intolerantes o de un afán de distorsionar una noticia que amenace o no concuerde con la postura a la que el periodista se adhiere.
Casi todos los periodistas entrevistados reconocen los excesos de ideologización en el ejercicio periodístico. Edmundo Cruz, investigador en Sí y La República, fue antes director de Unidad, órgano vocero del Partido Comunista y cuenta que allí se hacía «un periodismo de opinión plagado de ortodoxia y fundamentalismo; había que defender lo que decía el Partido [...]». Ricardo
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Uceda, director de Sí y de la unidad de investigación de El Comercio, recuerda cuando fue redactor de El Diario de Marka, a comienzos de los años 80:
En la prensa política había muchos prejuicios, por el lado de la prensa izquierdista, Sendero era parte de un sector popular desviado y, por el lado de la prensa de derecha, había posiciones anticomunistas que venían de la Guerra Fría [...]. A partir de esta experiencia me retiro dos o tres años del periodismo activo, no solicito trabajo en ningún medio y decido reentrar totalmente dispuesto a hacer periodismo profesional sin ningún tipo de atadura ideológica.
Hugo Guerra, subdirector de El Comercio y directivo de su sección editorial desde mediados de los 80, suscribe: Tenemos que ser autocríticos. Fuimos unos incautos. Cuando empezó el fenómeno terrorista, todos debimos ponernos de acuerdo para tomarlo desde un punto de vista más profundo, para asesorarnos y buscar elementos de juicio que nos permitieran hacer un análisis. En ese sentido, involuntariamente contribuimos a la agudización del problema. Porque si nosotros hubiéramos presionado duramente al gobierno de Belaunde, probablemente las cosas después hubieran sido mejores.4
Y, más adelante, admite el peso que tenían las ideologías: «Nos costó mucho entender y aceptar que el análisis tuviera que vincularse con el fenómeno de la pobreza, la lucha contra la exclusión social, el desamparo, el atraso sempiterno de los campesinos. Porque la primera reacción fue un tanto dogmática [...]. Una lección que hay que sacar de todo esto es no ser dogmático. Como ejercicio profesional e intelectual, no podemos serlo».
Con esta forma de proceder, la prensa contribuyó con la confusión del país sobre el origen y las características del conflicto armado interno; igualmente, planteó que los miembros del PCP-SL podían estar financiados por países comunistas (como la China o la URSS). Pero, en general, presentaron al PCP-SL como a un enemigo oculto, que no reivindicaba sus actos y que actuaba en la sombra; con ello, colaboraron a que se construyera a su alrededor un halo enigmático. Hacia un enfoque profesional para informar sobre la violencia
La CVR pudo comprobar que en esta etapa —que correspondería a la segunda mitad de la década de los 80— el enfoque de las ideologías se hizo cada vez menos gravitante a medida que la prensa se profesionalizó. Esto se ve corroborado con lo que se sostiene en IPYS (2002: 18): «Hacia 1985 diríase que la prensa peruana adquirió una relativa homogeneidad, con medios informativos de varias tendencias interesados por encima de todo en contarle al ciudadano lo que ocurría, y diferenciando, por lo menos formalmente, su información y su opinión».
La actualización y profesionalización de la prensa llevaron a relativizar la importancia de la ideología. Esto condujo más adelante a muchos periodistas a reafirmar, en medio de encendidas polémicas, su deber profesional de denunciar los abusos de las fuerzas del orden aun cuando ello les acarreara acusaciones de proximidad a la subversión; o, en el caso contrario, a criticar los sesgos de las ONGs e instituciones especializadas en la defensa de los derechos humanos, a pesar de que esto los mostrara aparentemente conciliadores con la violencia de Estado.
En el periodismo de opinión es casi imposible reclamar neutralidad ante estos temas; pero sí es cierto que la investigación, donde la verdad manda sobre cualquier simpatía, ha servido como una idea normativa para modular y hasta corregir líneas editoriales.
5 CVR. Entrevista, marzo de 2003.
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Así pues, la profesionalización de la prensa reclamó una distancia crítica respecto del prejuicio y la ideologización, aunque no a cambio de nada. En su lugar, el nuevo periodismo promovió una nueva forma de concebir la profesión que se sustentaba en una ética del develamiento —una ética de la verdad—. Ella promovía la investigación documentada que se basaba en la verificación de los datos, el cruce de información y, por sobre todo, se identificara con los valores de la democracia y el respeto a los derechos humanos. Del mismo modo, debía buscar la objetividad y el cultivo de la pluralidad y, por supuesto, llamar a competir con todas las armas permitidas por el mercado de la noticia. Gustavo Gorriti, investigador de Caretas, en la década del 80, lo suscribe: «asumimos al periodismo con un fervor virtualmente religioso. O sea, era la necesidad de tener siempre la primicia, la exclusiva, la mejor foto. Y no importaba dónde estabas. Lo que importaba era lo que la realidad nos daba y cómo se lo expresabas a la gente. Por supuesto, había ciertas cosas que asumir: queríamos defender la democracia, las libertades políticas».
Sin embargo, a pesar de que esta toma de conciencia de los deberes de un periodismo serio, la CVR encuentra que la acción informativa de los medios no fue del todo neutra. A pesar de obrar muchas veces desde el punto de vista de la objetividad periodística, los medios influyeron en la comprensión del conflicto y, en algunas ocasiones, presionaron para que tome un curso determinado. Esto se hizo debido a que se logró dar un mayor impacto al favorecer posiciones encontradas de las partes, acallar demandas o, simplemente, mostrar una versión espectacular y distorsionada de los conflictos.
En la mayoría de los casos, la modernización y actualización de la prensa significó un cambio metodológico del uso de recursos y no un cambio de fondo. Así, por ejemplo, la noticia se abrió a diversos puntos de vista, pero siempre dentro de los moldes sensacionalistas que caracterizaron a los medios. Del mismo modo, el uso de lenguajes de ficción y de la imagen (como infografías y reconstrucciones) amplió la comprensión de algunos públicos sobre los acontecimientos; pero el cambio no se operó en todos los medios, fue desigual y no se acompañó en la mayoría de los casos de una visión más amplia y panorámica que facilite la reflexión pública.
La aparición de grupos paramilitares y de escuadrones de la muerte fue un reto para el periodismo de investigación. Primero había que confirmar su existencia y luego, ante el rotundo cierre informativo de las autoridades que los encubrían, seguirles la pista con muy pocos indicios y afrontando amenazas en el camino. La lógica de este tipo de actos terroristas no reclama tan urgentemente a la prensa como la lógica del terrorismo subversivo; sólo quiere de ella que, si se hace público uno de sus actos criminales y fracasa la mascarada para adjudicarla a terceros, quede claro que cualquier exceso se cometió en nombre de la seguridad nacional y contra enemigos del sistema. No tienen voceros, pero sí políticos que, sin reconocerlo (y a veces sin conocerlos), subrayan esa interpretación cuando es imposible negar su existencia. Develarla tiene consecuencias políticas que pueden jaquear la continuidad del poder. De los dos casos más
Hacia un enfoque profesional para informar sobre la violencia
La CVR pudo comprobar que en esta etapa —que correspondería a la segunda mitad de la década de los 80— el enfoque de las ideologías se hizo cada vez menos gravitante a medida que la prensa se profesionalizó. Esto se ve corroborado con lo que se sostiene en IPYS (2002: 18): «Hacia 1985 diríase que la prensa peruana adquirió una relativa homogeneidad, con medios informativos de varias tendencias interesados por encima de todo en contarle al ciudadano lo que ocurría, y diferenciando, por lo menos formalmente, su información y su opinión».
La actualización y profesionalización de la prensa llevaron a relativizar la importancia de la ideología. Esto condujo más adelante a muchos periodistas a reafirmar, en medio de encendidas polémicas, su deber profesional de denunciar los abusos de las fuerzas del orden aun cuando ello les acarreara acusaciones de proximidad a la subversión; o, en el caso contrario, a criticar los sesgos de las ONGs e instituciones especializadas en la defensa de los derechos humanos, a pesar de que esto los mostrara aparentemente conciliadores con la violencia de Estado.
En el periodismo de opinión es casi imposible reclamar neutralidad ante estos temas; pero sí es cierto que la investigación, donde la verdad manda sobre cualquier simpatía, ha servido como una idea normativa para modular y hasta corregir líneas editoriales.
5 CVR. Entrevista, marzo de 2003.
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