lunes, 16 de mayo de 2011

HISTORIA DE LA PRENSA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTAMERICA





La época colonial




Durante más de 150 años, los futuros Estados Unidos fueron colonias de población, más unidas a Inglaterra que entre ellas mismas. Así, la prehistoria de la prensa norteame¬ricana se desarrolló en la Gran Bretaña entre 1622, fecha de aparición del primer periódico inglés, y 1704 cuando apa¬reció el primer periódico norteamericano duradero.
En las sociedades rurales sólo se imprimía la información sobre el mundo exterior: para los pioneros, ésta se encon¬traba a semanas de barco de vela. Los primeros editores fueron encargados de correos que al mismo tiempo, como impresores, publicaban sin mucho orden recortes de periódicos londinenses atrasados. Pero incluso estos mediocres esfuerzos irritaban a los poderes establecidos: desde su nú¬mero inicial, El primer periódico en la historia de los Estados Unidos fue el “Public Occurrences”de Boston, que tuvo sólo un día de duración el 25 de septiembre de 1690, pues fue prohibido inmediatamente por las autoridades coloniales británicas. En esa mis¬ma ciudad, comercial y cultivada, apareció en 1704, con la bendición oficial, el News Letter de J. Campbell; después, en 1721, un verdadero periódico, bien escrito e independien¬te, el New England Courant, de James Franklin. Su hermano, el genial Benjamín, se fue a Filadelfia, para fundar el Pennsylvania Gazette (1729). Muy pronto la prensa apareció en Virginia y en Maryland.
Los impresores fueron relevados por una joven élite que, en la línea de la tradición inglesa, convirtió la prensa en un arma. Así, en Nueva York, los radicales utilizaron el Weekly Journal de J. P. Zenger contra un gobernador despótico.
Zenger fue encarcelado pero un jurado le absolvió (1735): el principio de la libertad de la prensa quedaba establecido. La actividad de las colonias se desarrolló y con ella los cen¬tros urbanos y también el servicio de correos. Los bi y tri¬semanales se multiplicaron. Se leían incluso fuera de las grandes ciudades, muy especialmente en los establecimien¬tos de bebidas.
La independencia
Una ley británica, la Stamp Act, que gravaba todos los documentos legales e impresos, desencadenó en 1765 la ba¬talla contra el autoritarismo y el mercantilismo de la Gran Bretaña, lanzando a la prensa a esa lucha Los periódicos «patriotas» difundieron las ideas revolucionarias. Los partidarios de Inglaterra pronto fueron silenciados por el populacho.
En 1776, las colonias declararon su independencia y, por primera vez en el mundo, un Estado —Virginia— proclamó en su Constitución el derecho a la libertad de la prensa. Sólo existían 39 periódicos. Después de la victoria, la joven nación se organizó. La idea de una confederación había sido considerada ineficaz, por lo que la Constitución de 1787 instauró un poder central fuerte; pero su ratificación sólo se obtuvo por sus partidarios prometiendo diez Enmiendas (la Declaración de Derechos, 1791). La primera es de una impresionante concisión: «El Congreso no promulgará nin¬guna ley que restrinja la libertad de palabra o la libertad de prensa…». Este artículo constituyó la base jurídica que hizo posible la expansión de los medios informativos en Estados Unidos2.
Comunicaciones mediocres, prensas de imprimir manua¬les, papel caro, público reducido: los periódicos no podían desarrollarse. Los almanaques anuales y los panfletos te¬nían mayor difusión que los efímeros periódicos, que rara¬mente tiraban más de 500 ejemplares. Sin embargo, una minoría adinerada tenía necesidad de informaciones comer¬ciales y marítimas: el primer diario que logró pervivir fue un periódico de anuncios, el Pennsylvania Packet and General Advertiser (1784).
La prensa políticamente comprometida
Desde el final de la guerra, la prensa patriota se había escindido. De cada cinco diarios, cuatro eran «federalistas» y al servicio de las gentes ricas: preconizaban el orden y el respeto de los contratos. Al contrario, «los demócratas-republicanos» defendían a los granjeros independientes y reclamaban el respeto de los derechos individuales. Sus pe¬riódicos respectivos se insultaban entre sí; aquella libertad de prensa entonces única en el mundo incurría en graves excesos. Jefferson tercer presidente de USA (1801)consideraba que en los diarios aparecían, sobre todo, mentiras. Sin embargo, jamás retiró lo que había escrito en 1787: «Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos, o periódicos sin gobierno, no vacilaría un momento en elegir la segunda proposición».
Cuando James Madison (1809 ) cuarto presidente del país y uno de los primeros defensores de la libertad de prensa sentenció “que era potestad del pueblo sobre el gobierno y no del gobierno sobre el pueblo, el decidir lo que constituye una conducta nociva”, dejó sentadas las bases para el respeto a la opinión ajena y para que los poderes públicos se supeditaran ante la libertad de prensa y de expresión.
Posteriormente la Primera Enmienda de la Constitución promulgó un dictamen decisivo para la historia del país, ante la ausencia de una definición clara sobre la libertad de expresión en la propia Constitución de 1787 y en el pensamiento predominante de las 13 colonias que precedieron e impulsaron esa carta constitucional.
Las colonias del norte crearon la moral del trabajo, con la conciencia de que el dinero lo podía todo.
Y las colonias del sur, con dinero acumulado por ser los descendientes de la emigración puritana de los Caballeros del Rey, se dedicaron a comprar y a fomentar grandes extensiones de tierra.
En la armonización de estas diferencias con la separación de los tres poderes y la instauración de un régimen federalista, se centró el esfuerzo constitucional de 1786, que estimuló con fuerza de destino el flujo migratorio de los que venían del viejo mundo. (En 1770 las colonias británicas tenían apenas 200 mil habitantes y un siglo después la cifra se elevaba a 2 millones de habitantes).Surgió entonces dentro de la Carta de Derechos ese dictamen maravilloso de la Primera Enmienda para dar garantía del derecho individual a la expresión y a la libertad de prensa. El dictamen reza así: “que el Congreso no promulgará ley alguna que menoscabe la libertad de expresión o la libertad de prensa.”A partir de ese momento, Estados Unidos se colocaría a la vanguardia en la defensa de la libertad de expresión y de prensa en el mundo.



Los federalistas intentaron amordazar a la oposición por las Alien and Sedition Acts.(1) (1798), pero la opinión pública los alejó del poder. Después, tras la guerra de 1812-1815, las pasiones políticas se apaciguaron.
En 1820 había 512 periódicos (de los que 24 eran dia¬rios); en 1826 había 900. Los Estados Unidos contaban en¬tonces con más lectores de periódicos que ninguna otra na¬ción, pero esos lectores pertenecían a la clase política y rica. Las tiradas más elevadas no excedían de 2.000 ejemplares. Las revistas dominaban la prensa.
La «penny press»
En el siglo XIX, cada treinta años aproximadamente, los inmigrantes duplicaron la población del país y su coeficiente de urbanización. Hacia 1830, el 10 % de los 13 millones de norteamericanos habitaban en ciudades. Los menos ricos de éstos y los granjeros del Oeste llevaron a la presidencia a A. Jackson (1828), símbolo de una era de reformas 3: el su¬fragio universal y la educación se generalizaron. La prensa reflejó e impulsó el desarrollo del igualitarismo.
En los treinta años que precedieron a la Guerra de Se¬cesión aparecieron las prensas rápidas, los clichés y el pa¬pel barato, así como la navegación de vapor, el ferrocarril y el telégrafo. La prensa adquirió entonces rasgos modernos. Concentró sus esfuerzos en la pura información (de ahí vino la invención del repórter) con el fin de atraer a las multitu¬des, y por tanto a los anunciantes. La venta del ejemplar, muy barato, no cubría más que el costo del papel: la pu-blicidad se convertía en esencial. Así la prensa se liberó de los partidos y atrajo grandes inversiones. Como los periódi¬cos se vendían en la calle y no por suscripción, a un público poco educado, su presentación se hizo más atractiva y más sencilla.
B. Day fue el primero en conseguir un diario vendido a un centavo (penny) en lugar de a seis: el New York Sun (1833). Especializándose en los sucesos locales (menos caros de obtener que la información general), sobrepasó muy pron¬to la tirada global de los diarios neoyorkinos de 1833 e in¬fluyó sobre toda la prensa. Sin embargo, la penny press no tardó en ser respetable.
En 1835, James Gordon Bennet lanzó el New York Herald cuya tirada alcanzó los 40.000 ejemplares a los 15 meses, y 100.000 a los 15 años. ¿Su secreto? Añadir a lo sensacional una información abundante y variada, ser el primero en darla, y acompañarla de enérgicos editoriales. Sólo en Nueva York tuvo más de treinta imitadores.
Horace Greeley, en 1841, creó el muy serio y muy popular Tribune, que no cesó de defender causas nobles y adquirió una influencia única en la Historia de los Estados Unidos.
En 1851, H. Raymond fundó el Times, y le dio su gran repu¬tación de periódico objetivo.
Los 235 periódicos de 1800 se habían convertido en 2.300. Nueva Inglaterra tenía por supuesto, diarios de calidad, pero también la región del Midwest, con el Chicago Tribune. Y los impresores seguían de cerca a los colonos. «En los Estados Unidos, apenas existe una aldea que no tenga su periódico», escribía Tocqueville en 1835; y añadía: «la prensa ejerce un poder inmenso en Norteamérica. Hace circular la vida política en todas las partes de ese vasto territorio. Ella es con sus ojos siempre abiertos la que fuerza a los hombres públicos a comparecer, por turno, ante el tribunal de la opinión».

La esclavitud y la guerra de Secesión
Cuando en 1831 W. L. Garrison fundó el Liberator, el más fanático de los periódicos antiesclavistas, éstos eran escasos. El Sur, rural y feudal, no tenía más que una prensa débil, pero su causa era vigorosamente defendida en el Nor¬te. En 1837, el periodista E. Lovejoy fue asesinado por una multitud esclavista en Alton (Illinois). Sin embargo, la pren¬sa no fue ajena a la lenta evolución de la opinión en favor del abolicionismo.
Durante la guerra, la prensa mostró a la Vez su eficacia y su irresponsabilidad. En el Norte, el sensacionalismo y la traición obligaron a las Secretarías de Estado y de la Defensa a censurar el telégrafo y a tomar medidas contra los periódicos, pero no hubo censura preventiva. Se estableció un modus vivendi que se volvería a utilizar en las guerras siguientes.
Además de aumentar las tiradas en un 30 %, el conflicto tuvo una profunda influencia. El coste del telégrafo obligó a la concisión y a la cooperación entre los medios infor¬mativos. El desarrollo de las agencias extendió un periodis¬mo de reportaje de hechos, informativo, «objetivo», seco.Las ilustraciones se multiplicaron, pero la información seria pasó al primer plano.

La «yellow press»
Después de 1865, los Estados Unidos tuvieron una muta¬ción industrial. Oleadas de inmigrantes miserables afluyeron a las ciudades. Pronto se escucharon voces contra la especu¬lación desenfrenada, especialmente entre la población del Oeste. Existía una revolución tecnológica: cable trasatlán¬tico, vía férrea transcontinental, rotativas perfeccionadas, teléfono, linotipia, etc. Se habían reunido por tanto tres con¬diciones esenciales para que la prensa diera un nuevo paso adelante. Dos hombres, uno de la zona del Midwest, el otro de California, iniciaron una segunda ola de populari¬zación.
El inmigrante J. Piditzer impulsó primero el St Louis Post-Dispatch (1878), después el New York World (1883), utilizando sucesos, grandes titulares e ilustraciones, pero dando también una relación exacta y completa de la actua¬lidad y haciendo campaña contra la injusticia y la corrup¬ción. El World batió todos los records: vendía un millón de ejemplares en 1897. Y el Sunday World impuso a la pren¬sa la edición dominical, dedicada al entretenimiento.
El millonario W. R. Hearst había dado nueva vida al San Francisco Examiner (1887) vulgarizando algunos méto¬dos de Pulitzer. En 1896 compró el New York Journal y se lanzó a una fortísima competencia contra el World. A fuerza de dólares conquistó un amplio público inculto, al que atraía con historias violentas, fuertes o sentimentales, escándalos inventados y cruzadas estériles. Explotó ruido¬samente el nacionalismo y el imperialismo naciente en el público hasta el punto de que se le atribuye en parte la guerra hispano-norteamericana. En 1900, la Yellow press 5 abarcaba una tercera parte de los grandes periódicos norteamericanos, lo que provocó un rechazo de las capas más cul¬tivadas, y graves amenazas de regulación gubernamental.
Otro gran patrón de prensa fue E. W. Scripps. Su cade¬na de periódicos iniciada en los años 80 se convirtió en la mayor del país. Sus diarios vespertinos atraían a las ma¬sas de las ciudades industriales de tamaño medio por sus informaciones breves y por el decidido apoyo a sus intereses. Primer magnate «moderno», Scripps dejaba a sus directores libres de actuar, con tal de que obtuvieran beneficios. A su muerte poseía 50 millones de dólares, tres cadenas de pe¬riódicos y cuatro agencias, una de ellas la United Press.
Se había entrado en la era de los mass-media. Dadas las inversiones que requería, la prensa formaba parte del big business. Los diarios, grandes empresas industriales, perse¬guían ante todo el beneficio. Norteamérica inauguraba la producción en masa: los mayores ingresos de la prensa ve nían ahora de la publicidad6. Para obtenerla era necesario aumentar las tiradas, lo que producía una competencia en¬carnizada. Sin embargo, pronto se vio que era más razona¬ble concentrar los títulos. Entre 1865 y 1900, el número de diarios se había sextuplicado. Existían entonces 2.326: ja¬más habría tantos, aunque la población iba a triplicarse.
Naturalmente, la mayoría de los diarios bendecían el orden establecido sin contemplar los problemas de la sociedad. En muchas ciudades, los anunciantes controlaban la prensa y el «aparato» político, a la vez.
La prensa de calidad
En 1871, el New York Times denunció el Tweed Ring, aunque esa organización ilegal le había ofrecido 5 millones de dólares por su silencio. A pesar de todo, en 1896, el Times mal administrado no tiraba más de 9.000 ejemplares. A. S. Ochs lo compró y le dio nueva vida al bajar su precio de venta sin hacer ninguna concesión. Su divisa: dar «todas las noticias que merezcan ser impresas».
Algunos diarios de provincias, sin dejar de atender su zona propia, adquirieron entonces una audiencia nacional: dos liberales del Sur, el Atlanta Constitution y el Louisville Courier-Journal; dos activistas del Midwest, el Kansas City Star y el Chicago Daily News; y un poco más tarde el mi¬núsculo Emporia Gazette, del que W. A. White hizo el por¬tavoz de las aldeas del Oeste.

Las revistas
Ante la competencia de los dominicales, los periódicos se popularizaron a su vez y constituyeron una gran indus¬tria7. Las primeras revistas modernas fueron lanzadas por fabricantes de ropa y de empresas de venta por correspon¬dencia. Sin embargo, los constructores de imperios fueron F. Munsey, del que el Munsey’s Magazine (1893) y Argos y constituyeron los primeros pulps, mediocres tanto por el papel en que se imprimían como por su sentimentalismo ba¬rato, y sobre todo C. H. K. Curtís que hizo del Saturday Evening Post una institución nacional. Beneficiándose de las bajas tarifas postales en vigor desde 1885, las revistas redujeron sus precios y algunas alcanzaron tiradas enor¬mes: el Ladies Home Journal, de Curtís, tiraba un millón de ejemplares en 1903, y dos millones en 1919. Constituían entonces los únicos medios de gran difusión, absorbiendo la publicidad nacional: Curtís obtenía el 43 % de ella en 1918.
E. L. Godkin, director de The Nation (1865), fue de los que prefirieron ser influyentes en lugar de riquísimos. Al¬gunos, como H. Hapgood de Collier’s, declararon la guerra a la complicidad entre capitalistas y políticos. Aparecieron los famosos muckrakers de los años 1903-1910, los «busca¬dores de basura», tales como L. Steffens y I. Tarbell de McClure’s. Al presentar sus encuestas con un estilo de cali¬dad, hiceron que la prensa cotribuyera eficazmente al am¬plio movimiento progresista de comienzos del siglo. Para buscar un contrapeso los propietarios de negocios inventa¬ron los public relations, sus encargados de relaciones públi¬cas; en los años 20 y 30 proporcionaban a los periódicos del 50 al 60 % de sus artículos.

La guerra y los años 20
Una ley, Espionage Act (1917), reforzada por la Sedition Act (1918), dio al ministro de Correos la posibilidad de no distribuir cualquier publicación. Los periódicos socialistas y de lengua alemana tuvieron grandes dificultades, pero la gran prensa se puso al servicio de las autoridades para mo¬vilizar todos los recursos nacionales a través de la propa¬ganda. De acuerdo con esa dirección, la prensa hizo pocos esfuerzos por defender los derechos cívicos al llegar la reac¬ción antirroja de la postguerra.
Abandonando su puritanismo, los Estados Unidos acep¬taron el consumo de masa. Los «años locos» vieron nacer nuevas formas de prensa. Primero los tabloids; diarios ilus¬trados de pequeño formato que iniciaron una tercera oleada de sensacionalismo. Esta oleada descubrió un millón y me¬dio de nuevos lectores sólo en la ciudad de Nueva York: tres tabloides se enfrentaron allí utilizando fotos trucadas y sucesos sórdidos. Únicamente sobrevivió el Daily News. Toda la prensa fue contaminada por aquel jazz journalism excitado, divertido, superficial e irresponsable.
Existía una gran abundancia de información al mismo tiempo que se ofrecía a los norteamericanos nuevas formas de diversión: el cine, la radio y el automóvil. Dos presbite-rianos eligieron como meta resolver el dilema. De Witt Wallace utilizó una fórmula muy antigua; su Reader’s Digest (1922) ofrecía una antología de artículos resumidos de revis¬tas, elegidos por su utilidad práctica y su apoyo al «sueño norteamericano». El Time de H. Luce resumía, explicaba, «personalizaba» toda la actualidad en un estilo compacto y pintoresco. Sobre ese mensual y ese semanario se fundaron imperios, y los dos fueron imitados en el mundo entero.
El «New Deal» y la guerra
La crisis económica (1929-1941) y después la guerra mun¬dial, reforzaron el movimiento de concentración que llevaba al monopolio local en la mayor parte de las ciudades. Sin embargo, la propiedad seguía siendo familiar: no se formó ningún grupo gigante del tipo británico.
La Depresión aumentó la atención dada por la prensa a los problemas sociales, económicos y políticos. F. D. Roosevelt tenía relaciones frecuentes, eficaces y de una rara cor¬dialidad con los periodistas, pero no con los editores. Sólo el 34 °/o de los diarios le sostuvieron con sus editoriales an¬tes de su triunfo electoral de 1936, y el prestigio de la pren¬sa sufrió por ello.
Los propietarios de periódicos que invocaban la Primera Enmienda para escapar a las exigencias de la justicia social fueron condenados por el Tribunal Supremo. El sindicato de los periodistas (American Newspaper Guild, 1933) lanzó su primera huelga en 1934 y muy pronto se hizo respetar. Paralelamente se mejoraron la formación y forma de contra¬tar a los periodistas.
En esta época, Time vio aparecer dos débiles rivales, Newsweek y US News, pero Luce volvió a innovar con Fortune (1930), revista financiera independiente lanzada en ple¬na crisis económica, y con Life (1936), revista de la actuali¬dad a base de fotografías, muy pronto imitada por Look.
En 1941, Pearl Harbor produjo la unanimidad nacional. Un código aparecido en 1942 permitió a la prensa autocensurarse de nuevo. Las leyes de 1917 fueron aplicadas, pero sin rigor. Después de la guerra vino una nueva y violenta crisis de anti-izquierdismo. La prensa participó en esta tendencia inquisitorial: cuando no deformaba la información, se hacía «objetivamente» eco de los cazadores de brujas 8.

Después de la llegada de la televisión
La radio había tenido poca influencia. El efecto de la televisión (1948) sobre los diarios no fue espectacular; en cambio, golpeó terriblemente a las revistas de interés gene¬ral al captar la publicidad nacional mientras que aumenta¬ban sus gastos de publicación. Las revistas intentaron res¬ponder con campañas de suscripción muy rebajadas. Sus tiradas se hincharon: el Saturday Evening Post alcanzó seis millones y medio de ejemplares en 1960, Life, ocho millones y medio en 1970. Tratando desesperadamente de equilibrar sus cuentas, se lanzaron a una imprudente búsqueda de «trapos sucios», después redujeron su difusión a un público seleccionado, y finalmente murieron.
La gran contestación
En los años 1960, los negros reclamaban la igualdad cí¬vica; los estudiantes rehusaban morir en Vietnam. Dentro de ese mismo impulso, los ecologistas, los consumidores, las mujeres, los mutilados, etc., exigieron que sus derechos fue¬ran respetados. Se atacaba simultáneamente a las normas de las clases medias, al American Way of Life, y al régimen económico-político, el System. De nuevo, en un período de extraordinaria expansión económica y gracias a innovacio¬nes técnicas, el offset en particular, apareció una prensa sensacionalista para servir a un movimiento social, la pren¬sa underground 9. El primer periódico fue el Los Angeles Free Press (1964), el segundo el Berkeley Barb (1965).
En 1970, la tirada de sus 400 a 500 periódicos estables se estimaba en cinco millones, con unos treinta millones de lectores. Esta prensa osciló entre dos polos, el psicodélico o contra-cultural, y el radical o izquierdista. Después, en 1971-1972, se desplomó. Las causas fueron varias: por un lado, retirada americana del Vietnam, represión y rece¬sión; por otro los gritos reiterados de los underground, con su tendencia hippy ingenua o apoyada en las drogas. Final¬mente el marxismo por una parte y la pornografía por otra. A pesar de todo, contribuyeron a despertar a la prensa establecida.
Notas.
(*)En el verano de 1798, el Congreso de los Estados Unidos sancionó, y el Presidente John Adams, promulgó, las Leyes sobre los Extranjeros y la Sedición, estas normas prohibían las críticas al gobierno federal y otorgaban al Presidente Adams la facultad de deportar a cualquier extranjero que fuese visto como sospechoso. Los estadounidenses hallados culpables de sedición enfrentaban periodos de prisión de hasta cinco años y multas elevadas. En ciertas circunstancias, los extranjeros residiendo en los Estados Unidos podían ser encarcelados “hasta tanto, en la opinión del Presidente, la seguridad pública pudiese requerirlo.” Esta legislación hizo de la Primera Enmienda una parodia y privaba a los extranjeros del debido proceso básico conforme la ley. Las Leyes sobre los Extranjeros y la Sedición fueron el primer asalto directo del gobierno federal sobre las libertades civiles estadounidenses. De este asalto y de la respuesta al mismo, podemos aprender lecciones relevantes para nuestro propio tiempo.

Bibliografia.
1 Ver A. M. Schlesinger, Prelude to Independence: The Newspaper War on Britain, 1764-1776. Knopf, Nueva York, 1958.
2 La misma enmienda estableció la libertad de religión. Ver C.-J. Ber-trand, Les Eglises aux Etats-Unis. «Que Sais-Je?», n.° 1.616.
3 Tuvo por consejeros a dos periodistas, pero la gran mayoría de la prensa se opuso a él, como siempre con los Presidentes progresistas.
4 Ver M. Schudson, Discovering the News: A Social History of American Newspapers. Basic Books, Nueva York, 1978.
5 Llamada así por el color amarillo del héroe de uno de los prime¬ros comics, Hogan’s Alley, tomada al World por el Journal y publicada durante algún tiempo por los dos diarios.
6 Los gastos publicitarios se quintuplicaron entre 1880 y 1910. En 1914, el Audit Bureau of Circulations se encargó de la verificación de las tiradas.
7 100 en 1825, 700 en 1865, 5.500 en 1900.
8 Ver J. Aronson, The Press and the Cold War. Bobs-Merrill, Indianápolis, 1970.
9 Ver D. Armstrong, A Trumpel to Arms: Alternative Media in America. Houghton-Mifflin, Boston, 1981.

Autor: Claude-Jean Bertrand . En: “Los medios de comunicación social en Estados Unidos”. Editorial Eunsa. Año: 1983, Pamplona (Esp.)

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