lunes, 11 de julio de 2011

EL PERIODISMO DE JOSE CARLOS MAREATEGUI


A los 14 años entró a trabajar para ayudar a los suyos de alcanza-rejones en un periódico. El periódico, la imprenta, entre la tinta y el papel va a encarar la vida, a forjarse el hombre. Renqueando, arrastrando su pierna, el adolescente Mariátegui lleva y trae cuartillas del taller. Comienza de mensajero en el diario La Prensa: será su escuela primaria. Algunas veces corrige pruebas. A ratos hace un suelto. En ausencia de los redactores escribe uno de policía al azar. Es el inicio de la ruta. Le sorprende con alegría su publicación.

Aprendizaje periodístico. Lee, estudia, escucha, conversa. Es el minuto cenital del modernismo en la literatura que rige la vida intelectual y cautiva también a Mariátegui. El Perú, provinciano y virreinalista aún, enlaza tardíamente la renovación literaria del novecentismo.

Pero también hay inquietud social en el ámbito peruano e intensa conturbación política: sube al poder el popular Guillermo Billinghurst. Simultáneamente, el primer paro obrero y su secuela de prisiones. Dos años después, la clásica revuelta militar, instigada por la oligarquía civilista y acaudillada por el coronel Oscar Benavides, derroca al gobierno.

Bajo el oprobio de la tiranía sufre el país más de un año, Mariátegui roza los veinte años y comienza a ser conocido por su seudónimo, Juan Croniqueur. La agilidad de su estilo periodístico y su lúcida visión de los acontecimientos le abre paso. Cuando se habla de él, salta la frase: "¿El cojito Mariátegui? Es inteligentísimo".

José Carlos Mariátegui se impuso en el periodismo limeño. Juan Croniqueur es acatado por su talento hasta en los cenáculos intelectuales. En "La Prensa" trabajaría algunos años en compañía de César Falcón, lector de Tolstoi y ya preocupado por los problemas sociales. Crean su peña al estilo de la época, en el Palais Concert, conocido restaurante de principios de siglo. Charlan, discuten sobre asuntos literrarios, saborean cócteles, mezcla de pisco y vermouth.
Aún la política no ha permeado la literatura modernista. Con su cristalina franqueza, evocaría Mariátegui: "Nos nutríamos en nuestra adolescencia de las mismas cosas: decadentismo, modernismo, esteticismo, individualismo, escepticismo". Ningún tópico es ajeno a su quehacer de periodista. Escribe sobre literatura, sobre deportes -caballos, toros, boxeo. Le atrae el circo: bohemio, vagabundo, anticapitalista. Se popularizan sus comentarios hípicos de Mundo Limeño y Turf, de la que deviene codirector.
Colabora en Lulú -revista semanal ilustrada para el mundo femenino entre 1915 y 1916. En sus páginas, poemas de sabor decadentista: "Plegarias Románticas" y "Gesto de Spleen", junto a editoriales en que se entrevé la garra del crítico político: "La historia de los gobiernos peruanos es la historia de nepotismos continuados, es la dominación de señaladas familias que fingiéndose defensoras de las clases menesterosas se han perpetuado en la holganza, se han mantenido ejerciendo un control abusivo y repugnante".
Estela de la educación materna, lo domina por breve tiempo la emoción religiosa y se sumerge en el Convento de los Descalzos. De esta etapa son su crónica "La procesión del Señor de los Milagros", que obtiene el premio municipal de literatura, y un florilegio de sonetos alejandrinos, "Los salmos del dolor", que formarían su libro "Tristeza", nunca publicado. Escribe una comedia, "Las tapadas", inspirada en el pasado virreinal, y un drama histórico, "La Mariscala", en colaboración con Valdelomar. Pertenece todo a lo que Mariátegui denominaría irónicamente su "edad de piedra".
El grupo no se detiene. Acomete la aventura de la revista Colónida, de efímera vida: 4 números, pero de resonancia en el clima reaccionario de Lima. Aparece en el verano de 1916. Movimiento insurgente -no revolucionario- contra el colonialismo intelectual. "Un reto a las revistas serias y a las gentes conservadoras". El experimento concluye, "y los escritores que en él intervienen -expresaría Mariátegui- sobre todo los más jóvenes, empiezan a interesarse por las nuevas corrientes políticas".
"La Prensa" toma un sesgo no grato a Mariátegui y abandona su redacción. Junto con él se va César Falcón, al cual lo une antigua y estrecha amistad. "Somos, casi desde las primeras jornadas de nuestra experiencia periodística, combatientes de la misma batalla histórica". Hasta entonces, La Prensa "combatía todas las mañanas al régimen, a los hombres, a los partidos de gobierno, y esperaba todas las madrugadas el asalto o la clausura que ya se hablan producido en la noche tenebrosa del 29 de mayo de 1909... Cada día se atacaba más enérgicamente al adversario y éste replicaba con mayor dureza... Los jefes eran perseguidos y encarcelados y volvían para hablar más alto". Su cambio de rumbo político lleva a Mariátegui a El Tiempo, "diario con perfiles de izquierda".
En la Primera Guerra Mundial, Perú evoluciona económicamente, incrementa su riqueza la oligarquía. Multiplican sus utilidades los barones del algodón y el azúcar, productos que demandan los países en pugna. El costo de la vida sube y la suerte del trabajador empeora en proporción geometría inversa al progreso económico del terrateniente y el exportador. El poder adquisitivo del salario en 1918 es inferior en un 50% al que percibe el obrero al declararse la conflagración europea. El movimiento proletario va articulándose y la inquietud estudiantil conmueve las universidades. Son los preludios de la organización sindical. En el poder está por segunda vez el civilista José Pardo.
Mariátegui, que a través de siete años asciende, en La Prensa, desde obrero gráfico hasta redactor, reportero y comentarista, inaugura en El Tiempo una columna que no tarda en hacerse popular: "Voces". En ella aborda temas artísticos y literarios y desfilan los acontecimientos políticos más importantes. Es también cronista parlamentario, lo que le permite conocer a esa fauna de farsantes de la política que compone la cleptocracia peruana. Esa experiencia, y el haber sido testigo de la quiebra del parlamentarismo europeo ante la acometida del fascismo, determina su diagnóstico, de 1925: "Esta democracia se encuentra en decadencia y disolución. El parlamento es el órgano, es el corazón, de la democracia. Y el parlamento ha cesado de corresponder a sus fines y ha perdido su autoridad y su función en el organismo democrático. La democracia se muere de mal cardíaco".
Apenas a los veintiún años Mariátegui es dueño de su oficio. Ha cuajado su estilo y se ha formado el cronista, vivaz, sobrio, avisado. Tiene una nueva visión del mundo y de su patria. Aflora su temperamento polémico en la réplica a los ataques de un mediocre pintor, Teófilo Castillo, que pontifica sobre arte:
"Me enorgullece mi juventud porque es sana y honrada y porque me conserva esta gran virtud de la sinceridad... No busco embozos ni me agradan disfraces. Me descubro como soy. Escribo como siento... Ninguna influencia me ha malogrado. Mi producción literaria, desde el día en que siendo niño escribí el primer artículo, ha sido rectilínea ha vibrado siempre en ella el mismo espíritu. Fue siempre igual".
Se ahondan su anticivilismo y su beligerancia antiaristocratizante. Un episodio resulta revelador: Mariátegui impugna el "Elogio del Inca Garcilaso de la Vega" que pronuncia José de la Riva Agüero en la Universidad Mayor San Marcos. El jefe del flamante Partido Nacional Democrático -futuristas se intitulan sus conmilitones- destaca como vocero de una facción del civilismo y apunta "evidente fidelidad a la colonia". La crítica del joven escritor trasciende lo meramente literario a la iconoclastia política y social. Y detecta en las palabras del conferenciante su futura conducta pública: la de panegirista, fascismo y servidor de las dictaduras pretorianas de su patria.
En "El Tiempo" permanece José Carlos Mariátegui hasta enero de 1919. Todavía mantiene, en las páginas, de otras publicaciones o en las mismas de su principal centro de trabajo, los diversos seudónimos que lo han acompañado: Croniqueur, Jack Kendalif, Monsieur Camomil1e... La huella de su trayectoria social insita en El Tiempo. Pero aunque el impacto de la Revolución Rusa y la acción proletaria y estudiantil se, reflejan en el país, no cabe aseverar que el pensamiento de Mariátegui sea socialista. Va desbrozando su camino, primero con la edición de "Nuestra Época", empresa en la que lo secundan César Falcón y Humberto del Águila, más fugaz que Colónida -2 números- y luego con el diario La Razón. Los talleres de El Tiempo se cierran pronto para la naciente revista. En cuanto al diario, el Arzobispado, obsecuente con Augusto E. Leguía, de nuevo en la presidencia tras un golpe de Estado, también le cierra su imprenta. A la vez se decreta oficialmente la clausura. El oncenio leguiísta, el más largó gobierno republicano, comienza de tal forma.
Dos episodios merecen señalarse en la corta duración de Nuestra Época. Primero, la presencia de César Vallejo entre sus colaboradores. Luis Monguió dibuja al gran poeta:
"Era entonces César, en su apariencia física, un joven de enjuto, bronceado y enérgico pergeño, de gran melena lacia, abundante y negrísima, la cara de líneas duras, de piel oscura, ojos también oscuros y de intenso brillo, nariz grande, dientes blanquísimos, protuberante barbilla, manos grandes y nudosas. Vestía traje oscuro, camisa blanca y corbata de lazo descuidadamente anudada. Así viene a Lima, conoce a Mariátegui y se inicia en el periodismo. Poco después publica 'Los heraldos negros', orto de una nueva poesía en el Peru".
Segundo: un antecedente del gorilismo que tuvo como víctima a Mariátegui, a causa del artículo "Malas tendencias. El deber del Ejército y el deber del Estado". El autor no firma ya Juan Croniqueur. La crítica a los excesos y favoritismo de los militares, no obstante su mesura, enfurece a un grupo de oficiales cavernícolas. Mariátegui es insultado y golpeado, a pesar de su inferioridad física, en plena calle. La ciudad se indigna y protesta contra la cobardía y la agresión. Intelectuales y periodistas se solidarizan con la víctima. La réplica, sencilla, imperturbable: "La fuerza es así". La cultura se enfrenta a la prepotencia y la incultura. El Ministerio de la Guerra se ve obligado a renunciar.
"La Razón" puede subsistir durante tres meses, del 14 de mayo al 8 de agosto del 19. Arrastra el tambaleante régimen de Pardo. Apoya la huelga por el abaratamiento de los artículos de primera necesidad y por la libertad de los obreros presos. El gobierno tilda de "boleheviques" a los trabajadores, en su mayoría anarquistas o sin partído, y temeroso de un alzamiento popular decreta el estado de sitio. El paro triunfa. Son excarcelados sus dirigentes: Nicolás Gutarra, Carlos Barba y Adalberto Fonken. Miles de obreros desfilan con sus líderes a la cabeza: "Homenaje a los libertados".
Gracias a la veracidad de sus informaciones y al propósito justiciero que lo guía, "La Razón" se convierte en un órgano popular. Queda lejos para Mariátegui la peña frívola, decadentista del Palais Concert. Es ya un escritor del pueblo e instaura un periodismo nuevo, en el fondo y en la forma. Como él mismo narró, "Desde 1918, nauseado de política criolla me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato aficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo".
Los trabajadores rinden tributo a los directores de "La Razón". De pie, en uno de los balcones dcl edificio, Mariátegui habla cálidamente: "La visita del pueblo fortalece los espíritus de los escritores de La Razón [...] La Razón es un periódico del pueblo y para el pueblo, y sus escritores están al servicio de las causas nobles [...] La Razón inspirará sus campañas en una alta ideología y un profundo amor a la justicia".
Paralelamente, la movilización de los estudiantes. La Reforma penetra en la fosilizada Universidad Mayor de San Marcos, en lucha contra el anacronismo educacional. Haya de la Torre es su líder. Los vientos de fronda de los universitarios argentinos soplan sobre Lima en la voz del profesor Alfredo Palacios. Mariátegui pone las páginas de La Razón al servicio de los reformistas. Obreros y estudiantes encuentran, en el nuevo diario su mejor vehículo propaganda. Juntos abren la marcha combativa. Unidos pelearán en lo adelante.
Como protesta contra la censura del Arzobispo, la columna editorial de La Razón aparece en blanco. Años más tarde, El Sol, de Madrid, utiliza el mismo método bajo la dictadura de Primo de Rivera. Su texto, una crítica al gobierno de Leguía y a su régimen, llamado de la "Patria Nueva", es distribuido en volantes. Tan sólo unos días transcurren y Mariátegui y Falcón anuncian en la prensa el fin de La Razón.
Hay un capítulo controvertido en la biografía de Mariátegui: su viaje a Europa. Amigos y enemigos del escritor se preguntan por qué acepta la beca, por tres años, que incluye el pasaje de ida y vuelta, de un gobernante como Leguía, que entroniza de inmediato la dictadura y que decapita la prensa opositora, clausurando La Razón, dirigido por el propio Mariátegui. Maria Wiesse no oculta la verdad: "Lo criticaron con dureza algunos amigos y compañeros suyos. 'Ha recibido dinero de Leguía', murmuraban. Y cuando una tarde fue a La Crónica a despedirse, en compañía de César Falcón, que viajaba en iguales condiciones, fue acogido fríamente por 'unos cuantos' de los presentes".
¿Puede considerarse una claudicación de Mariátegui la aceptación de la beca, otorgada por el hábil y cauteloso mandante de turno? Ni antes ni después de su retorno de Europa sale de su máquina de escribir una sola palabra de elogio para Leguía. Su vida -limpia y generosamente rendida a una idea liberadora- es una respuesta condigna. De vuelta al suelo natal, el déspota lo veja, lo encarcela en distintas ocasiones, lo persigue con saña. No lo respeta ni en su sillón de inválido.




Tomado en parte de
http://usuarios.multimania.es/bolcheviques/TEXTOS/IBEROAMERICA/BIOGRAF%CDAMari%E1tegui.htm

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